Ninguna
crisis económica cumple sus objetivos hasta que no desencadena una profunda
crisis social. Y ésta ha cumplido con nota esa premisa. La locura del capital
produjo una falla profunda en el sistema, de por sí tan inestable que sustenta
su éxito diario en el furor de unos ludópatas frenéticos, sin ética y sin otro
fundamento para su vida enferma que el beneficio rápido.
Se consumó. Sus
pérdidas son ahora nuestras pérdidas.
Davos, esa ciudad de
la Suiza neutral y hospitalaria para los capitales sin bandera, se ha
transformado una vez más en la pasarela mundial de los hipócritas.
En buena parte,
estaban allí los que nos han obligado a compartir la parte alícuota de su
propia culpa, los que derramaron la ruina en nuestra puerta, los que nos han
robado la propia democracia. Por un lado bendicen las medidas que nos llevaron
a la ruina, por otra se lamentan de sus indeseables consecuencias.
En los albores de la
crisis diseñaron una hoja de ruta cuidadosa; era la ocasión que pintan calva y
que ellos llevaban años aguardando. Había que desmontar la Europa del
bienestar, tan cara y tan contraria a sus verdaderos intereses. Ahora, no
obstante, se lamentan. Ellos, quienes nos empujan cada día hacia la
competitividad imposible con las masas hambrientas de países donde los derechos
humanos no alcanzan con su escasa protección, quienes fiaban en que la
desigualdad desorbitada era la tierra prometida para los triunfadores del
sistema, han descubierto en Davos que el sistema se basa en el consumo de la masa.
Rajoy presume de que
es el campeón de los deberes hechos, el alumno distinguido de la Europa pobre.
Y no necesita que nadie le imponga ese diploma. El se lo pone cada día.
Ahora los interesados
compañeros de viaje, cuya estación término es dejar al capital que gestione a
su antojo el mercado del trabajo, se lo han puesto difícil. Porque afirman en
Davos que la reforma laboral del señor Presidente y su gobierno ha hecho
posible, no que descienda el paro, sino que incluso, con un trabajo, un español
no tenga garantizado salir de la pobreza.
Y Olli Rhen, esa voz
sibilina que representa lo peor de la Europa colonizada por los intereses del
capital, afirma que a España le quedan diez años de oscuridad dentro del túnel.
¿Quién es Olli
Rhen...?
Si lo dice Rajoy, si
lo afirman a coro sus ministros, será cierto que España salió ya de la crisis.
Aunque para creerlo tengamos que ignorar los datos del paro, el hundimiento del
consumo interno, el derrumbe institucional, el descrédito de los partidos
políticos, los focos dispersos y todavía controlados de la rebelión ciudadana,
la sublevación nacionalista, y las oscuras maniobras multidisciplinares para
que los tribunales de justicia pasen por alto las culpas de los
privilegiados del poder político, del poder económico o del poder de la sangre
distinguida que se recibe por azar. Escoged el nombre que os plazca como
paradigma. Hay docenas.
Habrá que creerlos, aunque
para ello tengamos que ignorar la ruina que nos cerca cada día, la que cerca a
familiares, amigos, conocidos... Aunque tengamos que ignorar que esta patria se
ha convertido en un erial con un futuro incierto, en una tierra asolada por el
incendio que ha provocado esta derecha revanchista, mediocre y sin sentido de
Estado; esta derecha que sigue necesitando aparecer en alguna foto junto a
individuos poderosos para sentirse protagonista del presente; esta derecha a la
que el viejo poder establecido que salió ileso de la última gran guerra ni reconoce ni respeta y que mendiga un espacio en la esfera internacional
vendiendo a su país.
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