En
unos días, a mediados de febrero, verá la luz “No vuelvas, Odiseo”, mi nueva
novela, breve en este caso. Será la editorial sevillana “Arma Poética” la que la
pondrá al alcance de quien se sienta predispuesto a adentrarse en el laberinto
de los mitos clásicos.
Apenas un año después de la publicación de “Medea
murió en Corinto” ꟷChiado Editorial; enero, 2017ꟷvuelvo sobre el Mito Griego
como vuelve el asesino al lugar donde perpetró su crimen. Y vuelvo no para
reescribirlo, sino para desmentirlo una vez más.
Nicanor
Parra, ese centenario chileno que acaba de morir con la bandera de la antipoesía entre las viejas manos, tiene
registrado un dicho lapidario. “Con Homero comenzó la decadencia”.
Yo soy
una muestra de esa verdad probable. En mi opinión, escasamente autorizada,
pocas obras europeas de cualquier época son comparables a la Odisea. Y en esa
fuente bebo un agua fresca y clara para escribir esta obra breve.
Os
adelanto la sinopsis:
Hace ya
casi diez años que el heraldo de la ciudad anunció la destrucción de Troya y se
alabó el ingenio de Odiseo. Hay quienes suponen muerto al rey de Ítaca, según
pasan los años sin que arribe a las costas de la patria y reclaman los ritos
funerarios que se merece su intachable leyenda de héroe griego.
No obstante, Odiseo es un héroe en cualquier lugar de
Grecia, salvo en su propia casa, donde se le tiene por padre descuidado y
marido sin memoria.
Ítaca, la orgullosa tierra que gobernaba no hace tanto
tiempo la mar de Jonia, se encamina despacio hacia el olvido y la pobreza.
Telémaco ha crecido y se impacienta.
Es esta obra un largo monólogo de Penélope; la reina
cercada por pegajosos aspirantes a sustituir en el trono de Ítaca al navegante
extraviado, va desgranando su desazón y advierte a Odiseo de las previsibles
consecuencias de su ausencia.
Desnuda ya de su condición de mito, Penélope se
manifiesta como una mujer que afronta en soledad situaciones que, seguramente,
la desbordan. No es la menor de esas preocupaciones comprobar en los espejos de
metal bruñido que empieza a envejecer en un lecho solitario.
He intentado llevar al lector de la mano por el interior
del gineceo de esta mujer madura, obligada a representar en el mito griego su
papel de esposa fiel y casta, para no desmentir las leyendas que circulan por
Grecia.
Junto a las quejas sobre la triste condición de las
mujeres, sobre esa tradición tan griega de que cada generación ha de tener su
guerra, descubrimos que Afrodita, la diosa que desata pasiones, tiene en Grecia
especial predilección por sembrarlas en el interior recóndito del gineceo como
dejó patente Safo de Mitilene en sus poemas.
Y entonces el amor y el erotismo reclaman su lugar y
afloran, espero que de forma lírica, elegante y poderosa.
Desarrollaré en próximas entradas las claves principales
de esta obra, la condición de la mujer en la Grecia Antigua y algunos aspectos
de la sexualidad femenina en una sociedad cerrada y opresiva, como era la
sociedad aristocrática de la Grecia continental y guerrera.
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