Hay
estudios profesionales de los que no caben sospechas que estiman a cuánto
asciende cada año el fraude fiscal en España.
Estos
estudios coinciden en que el fraude menos influyente es el fraude en el IRPF,
es decir, en las rentas dependientes de trabajo asalariado, el único campo
fiscal sometido a un rígido control. No obstante, el Estado deja de percibir en
torno a 20.000 millones de euros por este capítulo.
El
fraude en el IVA y en el impuesto de sociedades supone de forma resumida la
pérdida de otros 20.000 millones de euros.
El
capital huido y refugiado en paraísos fiscales deja de aportar a las arcas del Estado en torno a 10.000
millones cada año.
Y
la puñalada más grave a los ingresos establecidos por la ley deriva de la
economía sumergida. Una quinta parte, calculando de forma generosa, de la
actividad económica del país es opaca, invisible para la Hacienda Pública; uno
de cada cinco euros de los que circulan cada día por el país no cotiza, no paga
impuestos, es dinero negro.
Calculando
sus ciclos y altibajos el fraude fiscal en España oscila entre los 80.000 y
100.000 millones de euros cada año.
De
hecho, la recaudación correcta
mantendría equilibradas las cuentas del Estado; las habría mantenido,
incluso, en los peores momentos de la crisis, sin necesidad de recurrir a los
fondos de inversión, a los usureros que generaron la crisis y nos hacen pagar
las consecuencias de sus locuras económicas. Pero, con semejante panorama, el
déficit será eterno y creciente o tendremos que sacrificar buena parte de los
servicios públicos y de las pensiones para pagar nuestra deuda.
Lejos
de acometer reformas fiscales, destinadas a ejercer un control eficaz sobre esa
forma de delincuencia empobrecedora y terrible, el Estado se ha dedicado a
pedir dinero a crédito o a recortarnos los servicios que nos debe.
España dedica muchos menos medios al control del fraude fiscal que
cualquier otro país europeo de nuestro entorno y de ello se
quejan continuamente los propios inspectores de Hacienda.
Hay, además, una ley inicua que afecta profundamente a la persecución de esos delincuentes organizados. Es arbitraria, inexplicable, injustificable para cualquier
ciudadano de a pie, y establece la
obligación de cerrar cualquier investigación fiscal en un plazo de doce meses.
Es decir, cuando los inspectores comienzan una investigación por indicios de
fraude, o encuentran pruebas fehacientes de la existencia del fraude en un año,
o deben cerrar el expediente. Un plazo que no responde a ninguna razón lógica,
y cuya única finalidad objetiva es la protección de los grandes evasores.
El gran delito fiscal, el multimillonario,es difícil de investigar; cuenta con
el apoyo de infinidad de expertos, economistas, asesores, abogados, bancos que
blanquean y cierran el rastro de las cuentas… Una selva virgen.
En ocasiones, la Inspección Tributaria desiste de iniciar
determinadas actuaciones, a pesar de la importancia de las cantidades
defraudadas, por el convencimiento de que en el plazo establecido será
imposible concretar las pruebas.
¿Por qué ningún gobierno ha propuesto el cambio de esta ley? ¿Es que nadie en
el Parlamento es consciente de esta injustísima disposición que favorece el
crimen organizado? No otra cosa es la evasión de impuestos.
Parece duro, pero sólo cabe catalogarlo como complicidad
necesaria del Legislativo con los
delincuentes de cuello blanco y maneras educadas.
Lejos
de afrontar la necesaria reforma fiscal, el Parlamento se ocupa de sus cosas.
La derecha, seguramente complacida con la Deuda que ha aumentado
durante su gestión en 300.000 millones
de euros, complacida con el saqueo de la Caja de Pensiones que ha dejado vacía,
complacida con los copagos sanitarios, con las listas de espera de personas
dependientes sin atender y que morirán sin ser atendidas, con los recortes en
los servicios públicos y con la necesidad de recurrir a préstamos para pagar la
pensiones de junio, nos bajará los impuestos, el “caramelito” de final de
legislatura , en opinión de Montoro, que ahora se adelanta a petición de sus
compañeros de viaje, la otra derecha de rostro juvenil que anda sacando pecho
por su logro.
Y la izquierda anda calculando cuántas Españas caben en
esta vieja piel de toro o proponiendo maniobras divertidas que merecen algún minuto de gloria, como la
expropiación y conversión en economato de una catedral de Barcelona.
Echo de menos el sentido de Estado necesario para que
este país tenga un futuro razonable. Estoy convencido de que ese futuro es posible, de que el
estado del bienestar no es inviable. España es viable si combate el fraude de forma eficaz.
El fraude sistemático , organizado y de larga duración ha generado nuestra deuda, no los servicios del Estado.
Basta ya de mentiras. La cuna de la pobreza la mecen con mentiras y verdades a medias.
El fraude sistemático , organizado y de larga duración ha generado nuestra deuda, no los servicios del Estado.
Basta ya de mentiras. La cuna de la pobreza la mecen con mentiras y verdades a medias.
Lo
inviable, lo inaceptable, lo ilegítimo es el fraude fiscal que goza de tan
buena salud entre nosotros.
También
resulta inaceptable esta clase política, sin distinción de siglas, que oscila
entre la desvergüenza, la ineptitud y la irresponsabilidad.
Me
avergüenzan casi sin excepción.
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